miércoles, 11 de febrero de 2009

LA LÍNEA DE CONDUCTA

OBREROS Y CAPITAL.



Mario Tronti.





INTRODUCCIÓN:

LA LÍNEA DE CONDUCTA





Debemos advertirlo. Con todo esto nos hallamos todavía en el “prólogo del cielo”. No se trata de presentar una investigación conclusa. Dejemos los pequeños sistemas a los grandes improvisadores. Dejemos los minuciosos análisis ciegos a los pedantes. Nos interesa todo cuanto contiene en sí la fuerza de crecer y de desarrollarse. Nos interesa que se sepa que esta fuerza es poseída hoy casi exclusivamente por el pensamiento obrero. Casi exclusivamente: porque la decadencia actual del punto de vista teórico de los capitalistas sobre su sociedad no supone todavía la muerte del pensamiento burgués. Destellos de sabiduría práctica nos sorprenden y nos sorprenderán todavía en este largo ocaso al cual se halla condenada la ciencia de los patrones. Cuanto más rápido avance por su cuenta el punto de vista obrero, antes se consumará esta condena histórica. He aquí, pues, una de las tareas políticas de hoy: replicar en el ritmo de la investigación, de las experiencias, de los descubrimientos, el sentido, la forma de un camino; dar a este camino la forma de un proceso. Lo que los capitalistas, de modo inmediato, deben dejar de poseer para siempre en el terreno de la lucha de clases no es el concepto de ciencia, sino el concepto del desarrollo de la ciencia. Si el pensamiento de un grupo, de una clase, pone en marcha el mecanismo de su crecimiento creativo, este mero hecho priva de espacio al desarrollo de cualquier otro punto de vista científico sobre la sociedad, le obliga a repetirse a sí mismo, le deja como única perspectiva la contemplación de los dogmas de la propia tradición. Así ha sucedido históricamente cuando, después de Marx, las teorías del capital han retomado una posición predominante. Los márgenes de desarrollo del pensamiento obrero se han reducido al mínimo y casi han desaparecido. Ha sido necesaria la iniciativa leninista de la ruptura práctica en un punto para devolver a manos revolucionarias el cerebro teórico del mundo contemporáneo. Ha sido un momento. Tras él, es bien sabido que únicamente el capital se ha hallado en condiciones de recoger el significado científico de la Revolución de Octubre. De ahí, el largo letargo de nuestro pensamiento. La relación entre las dos clases es tal que quien tiene la iniciativa vence. En el terreno de la ciencia, como el de la práctica, la fuerza de las dos partes es inversamente proporcional: si una crece y se desarrolla, la otra se queda inmóvil y, por lo tanto, retrocede. El renacimiento teórico del punto de vista obrero se impone hoy por las necesidades mismas de la lucha. Volver a caminar quiere decir inmovilizar al adversario para poder golpearlo mejor. La clase obrera ha alcanzado hoy tal punto de madurez que en el terreno del enfrentamiento material no acepta, por principio y de hecho, la aventura política. En el terreno de la lucha teórica, por el contrario, todas las condiciones parecen imponerle felizmente un nuevo espíritu de descubrimiento venturoso. Frente a la cansina vejez del pensamiento burgués, el punto de vista obrero puede vivir, quizá únicamente ahora, la estación fecunda de su robusta juventud. Para hacerlo, debe romper violentamente con su pasado inmediato, debe negar la figura tradicional que le viene oficialmente atribuida, sorprender al enemigo de clase con la iniciativa de un repentino desarrollo teórico, imprevisto, incontrolado. Vale la pena efectuar la propia contribución parcial a este género nuevo, a esta forma moderna de trabajo político.



Se nos pregunta con justeza: ¿por qué vía?, ¿con qué medios? Rechacemos entre tanto los discursos sobre el método. Intentemos no ofrecer a nadie la ocasión de eludir los duros contenidos prácticos de la investigación obrera, optando por las formas bellas de la metodología de las ciencias sociales. La relación que hay que establecer con estas últimas no es distinta de la relación que se puede entablar con el mundo del saber humano unitario almacenado hasta la fecha, que para nosotros confluye todo él en la suma de conocimientos técnicos necesarios para poseer el funcionamiento objetivo de la sociedad actual. Por nuestra parte ya lo hacemos, pero todos juntos debemos llegar a utilizar aquella que denominan cultura como se utilizan el martillo y un clavo para colgar un cuadro. Ciertamente, las grandes cosas se hacen mediante saltos bruscos. Y los descubrimientos que cuentan siempre rompen el hilo de la continuidad. Y se reconocen por ello: ideas de los hombres simples que parecen locuras a los científicos. En este sentido, el puesto de Marx no ha sido plenamente valorado, ni siquiera allí donde era más fácil, sobre el propio terreno del pensamiento teórico. Todos los días oímos hablar de revoluciones copernicanas efectuadas por individuos que han movido de una esquina a otra de la habitación su mesa de estudio. De Marx, sin embargo, que había transformado radicalmente un saber social que se prolongaba durante milenios, se ha dicho como máximo: ha invertido la dialéctica hegeliana. No faltaban, sin embargo, ejemplos contemporáneos a Marx de una transformación radical puramente crítica del punto de vista de una ciencia milenaria. ¿Es posible que todo debiese reducirse a la banalidad de una adición de primer curso de educación general básica entre materialismo de Feuerbach y la historia de Hegel? ¿Y el descubrimiento de las geometrías no-euclidianas, que de Gauss a Lobachevsky, de Bolyai a Riemann, hace de la unicidad del axioma nada menos que una pluralidad de hipótesis?¿Y el descubrimiento del concepto de campo en el terreno de la electricidad, que de Faraday a Maxwell y Hertz, hace saltar por los aires por primera vez toda la física mecanicista?¿No parecen más próximas al sentido, al espíritu, al alcance de los descubrimientos de Marx?¿No parte el nuevo marco del espacio-tiempo introducido por la relatividad de aquellas teorías revolucionarias del mismo modo en que el octubre leninista parte, en su camino, de las páginas de El Capital? No obstante, lo comprobamos todos los días. Cualquier intelectual que ha leído más de diez libros, aparte de los que le han hecho comprar en la escuela, está dispuesto a considerar a Lenin en el campo de la ciencia como un perro muerto. Y, sin embargo, quien observa a la sociedad y quiere comprender sus leyes, puede hacerlo en la actualidad sin Lenin, en idéntica medida que quien observa la naturaleza y quiere comprender sus procesos puede hacerlo hoy sin Einstein. En esto no hay maravilla alguna. No se trata de la unicidad del espíritu humano que avanza del mismo modo en todos los campos. Se trata de una cosa más seria. Se trata de ese poder unificador que concede a las estructuras del capital el dominio sobre el mundo entero y que a su vez puede ser dominado tan sólo por el trabajo obrero. Marx atribuía a Benjamín Franklin, a este hombre del nuevo mundo, el primer análisis consciente del valor de cambio como tiempo de trabajo; por consiguiente, la primera reducción consciente del valor a trabajo. Se trata del mismo hombre que concibe los fenómenos eléctricos como provocados por una única sustancia sutilísima que se halla presente en todo el universo. El cerebro burgués, antes de que, gracias a la presión obrera, su grupo se constituya en clase, ha encontrado más de una vez en sí la fuerza de unificar bajo un mismo concepto múltiples experiencias dadas. Posteriormente, las necesidades inmediatas de la lucha han comenzado a dirigir la propia producción de las ideas. Ha comenzado la época del análisis, la edad de la división social del trabajo intelectual. Y nadie sabe ya nada sobre todo. Preguntémonos: ¿es posible una nueva síntesis?, ¿es necesaria?



La ciencia burguesa lleva en sí misma la ideología, como la relación de producción capitalista encierra dentro de sí la lucha de clases. Desde el punto de vista del interés del capital, es la ideología la que ha fundado la ciencia: por esta razón la ha fundado como ciencia social general. Lo que era en un primer momento el discurso sobre el hombre, y sobre el mundo del hombre, la sociedad, el estado, se convierte, a medida que crece el nivel de la lucha, en un mecanismo de funcionamiento objetivo de la máquina económica. La ciencia social de hoy es como el aparato productivo de la sociedad moderna: todos nos hallamos en su interior y lo utilizamos, pero quienes extraen beneficio del mismo son únicamente los patrones. No podéis romperlo, nos dicen, sin arrojar al hombre a la barbarie. Pero, en primer lugar, ¿quién os dice que sintamos aprecio por la civilización del hombre? Y, por otro lado, los obreros modernos conocen bien otros medios para batir al capital, más allá del grito prehistórico de: ¡destruyamos las maquinas! En fin, la gran industria y su ciencia no constituyen el premio para quien vence la lucha de clases. Constituyen el terreno mismo de esta lucha. Y mientras que este terreno se encuentre ocupado por el enemigo hay que disparar sobre él sin derramar lágrimas por las rosas. Resulta difícil admitirlo por quien tiene miedo de ello: pero una nueva estación de descubrimientos teóricos es posible hoy únicamente desde un punto de vista obrero. La posibilidad, la capacidad de la síntesis, ha permanecido en su totalidad en manos obreras. Por una razón fácil de comprender. Porque la síntesis en la actualidad puede ser únicamente unilateral, solo puede ser conscientemente ciencia de clase, de una clase. Desde la perspectiva del capital, el todo únicamente puede ser comprendido por una de las partes. El conocimiento se halla ligado a la lucha. Conoce verdaderamente quien verdaderamente odia. He aquí por qué la clase obrera puede saber y poseer todo del capital: porque es enemiga hasta de sí misma en cuanto capital. Por el contrario, los capitalistas encuentran un límite insuperable en el conocimiento de su propia sociedad, por el mero hecho de que deben defenderla y conservarla: y pueden saber todo sobre los obreros, pero en ocasiones es impresionante lo poco que saben de sí mismos. La verdad es que ponerse de parte de parte del todo -el hombre, la sociedad, el estado- lleva únicamente a la parcialidad del análisis, a comprender únicamente las partes separadas, a perder el control científico sobre su conjunto. A esto se ha condenado el pensamiento burgués cada vez que ha aceptado de modo acrítico su propia ideología. A esto se ha condenado el pensamiento obrero cada vez que ha aceptado la ideología burguesa del interés general. Ha habido momentos en los que la práctica tosca del capitalista individual ha cubierto oportunamente y ha hecho inocuo el aterrador vacío teórico de su clase. En otros momentos, el capitalista colectivo ha hecho propia con decisión esta presión desde abajo del interés patronal inmediato. Entonces se ha producido un salto cualitativo en el desarrollo del acervo de la ciencia burguesa. Lord Keynes constituye un espléndido ejemplo de ello. Así, y no sobre otro terreno, sino sobre el de los mortíferos contrastes de clase de nuestra época, la gran conciencia burguesa contemporánea, la crítica y destructiva, ha tenido momentos de lúcida conciencia totalizante sobre la condición presente de la relación social humana: es la historia de pocas individualidades excelsas, clásicas en sentido trágico, de Mahler a Mussil. En la recuperación del pensamiento obrero es preciso reevaluar de nuevo, desde el principio, el lado activo, el trabajo creativo. Esto no puede llevarse a cabo sin poner de nuevo en movimiento el mecanismo del descubrimiento. Este mecanismo, sin embargo, es tal que únicamente lo posee quien se ha ejercitado durante mucho tiempo en una actitud política correcta respecto al objeto social: dentro de la sociedad y contra ella al mismo tiempo, parte que capta teóricamente la totalidad en cuanto que lucha para destruirla en la práctica de las cosas, momento vital de todo lo que existe y, por lo tanto, poder absoluto de decisión sobre su supervivencia: la condición precisamente de los obreros como clase frente al capital como relación social. Una nueva síntesis de parte, cuya iniciativa sea sólidamente obrera, arrancará de manos de los patrones la posibilidad de toda ciencia. Cuanto más necesaria resulta para el punto obrero una gran recuperación teórica, tanto más imposible deviene para el punto de vista capitalista. Así, quien esté de nuestra parte puede estar tranquilo. Si nos veis abandonar el bosque petrificado del marxismo vulgar, no es para empezar a correr por los campos deportivos del pensamiento burgués contemporáneo. Cuando Marx criticaba los puntos más altos del desarrollo capitalista, muchos consideraban reaccionario porque decía no al último grito de la historia moderna. La respuesta de Marx era simple y lineal: estamos contra el constitucionalismo, sin por ello mostrarnos favorables al absolutismo; somos contrarios a la sociedad actual, no por ello favorables al mundo del pasado. También respondía así por nosotros a aquellos que nos recriminan hoy la contradicción de una crítica obrera al movimiento obrero. Estamos en contra de lo organización actual de la lucha y de la investigación y no por ello tomamos como modelo las soluciones teóricas y prácticas pasadas. Para decir no al socialismo de hoy, no es necesario decir si al capitalismo de ayer. Lenin decía: en filosofía soy uno de aquellos que buscan. En filosofía, hoy, no hay realmente nada que buscar. En lo que atañe a nuestros problemas, sin embargo, en cuanto al objetivo de desencadenar la lucha decisiva contra el poder del capital, mundos desconocidos esperan ser explorados. Y la experiencia de quien busca otra ruta hacia las Indias y precisamente por ello descubre otros continentes, se halla muy próximo a nuestro actual modo de proceder. Por ello, es justo que los gérmenes de las cosas nuevas no hayan llegado todavía a la madurez de la planta que da frutos. Es importante reconocer la fuerza de lo que nace. Si se trata de algo vivo, crecerá. A quien mantiene abierta la investigación no se le puede reprochar lo que todavía no ha encontrado. Faraday había descubierto las corrientes inducidas, la relación de inducción entre imanes, corriente y campo eléctrico. Alguien le preguntó: ¿para qué sirve este descubrimiento? Respuesta: ¿para qué sirve un niño?, crece y se convierte en un hombre. Whitehead comenta: el niño, convertido en hombre, constituye ahora la base de todas las aplicaciones modernas de la electricidad.



El trabajo de investigación sobre ese pequeño conjunto de hipótesis, que no casualmente ha nacido en Italia durante esta década de 1960, se encuentra ahora en un punto de inflexión, delicado, decisivo. Esta investigación ha sentado algunas de sus hipótesis teóricas, sólo aparentemente abstractas; ha intentado algunos experimentos políticos, por imperativo de las circunstancias, toscos y primitivos; ha obtenido, así, un primer conjunto de conclusiones, de nuevo teóricas, en las que, a mitad de camino entre la concreción y la fantasía, es posible descubrir, precisamente, el germen de nuevas leyes para la acción. Presentar en bloque todo esto se ha hecho necesario. Se impone una verificación pública global antes de continuar más allá. La sucesión cronológica de los textos apunta aquí a un desarrollo lógico del discurso. Pero puede no ser así. Pueden existir errores en los pliegues de las cosas hechas y de las cosas pensadas, que es difícil ver desde el interior, mientras que resulta fácil descubrirlos desde el exterior. En este caso, es necesario individuarlos entre todos, corregirlos entre todos. Un discurso que crece sobre sí mismo corre el peligro mortal de verificarse siempre y únicamente en las conexiones sucesivas de la propia lógica formal. Hay que elegir el punto en que conscientemente llega a romperse esta lógica. No basta entonces con introducir las hipótesis teóricas en una experiencia sensata, para ver si funcionan prácticamente. Las hipótesis mismas se niegan a largo plazo con un trabajo político, que prepare el terreno de su verificación real. Únicamente cuando el terreno se halla políticamente preparado, aquellas pueden funcionar materialmente en la práctica de los hechos. Se trata, sin embargo, de un discurso complejo y es necesario expresarlo quizá con otras palabras más simples. ¿Qué significan para nosotros Marx, Lenin, las experiencias obreras del pasado? Ciertamente cosas distintas que para otros. Y es justo que sea así. Otros, todos, habían encontrado en ellos y en éstas lo que a nuestro juicio, no debe ni siquiera buscarse: un nuevo dominio intelectual del mundo, que posteriormente constituye otra dirección para los propios estudios; una nueva ciencia de la vida y, por lo tanto, tranquilidad para sí mismos a la hora de elegir un puesto en la sociedad; un nuevo conocimiento de la historia, la peor y la más peligrosa de las perspectivas, porque lleva a firmar en blanco el acta notarial de entrega en las manos del obrero de su esencia humana disminuida, herencia concebida por el patrón que muere y, no por casualidad, rechazada, despreciada por el trabajo vivo. Buscar ciertas cosas y no otras, no todas: es el único modo útil de viajar. Se viaja también así en el mundo de los clásicos. Entonces se encuentran en el camino piedras más preciosas que el oro que yace en las minas: motivos de orientación en la lucha de clases cotidiana, ásperas armas ofensivas contra la prepotencia del patrón, ningún oropel decorativo, en absoluto valores prestigiosos. Se encuentra esa sucesión creciente de criterios prácticos para una acción política obrera; cada uno de los criterios conscientemente asumido tras el anterior, y cada nivel de la acción llevado subjetivamente más allá del precedente; con el objetivo de llegar a transformar radicalmente la naturaleza subalterna de la reivindicación obrera en un acto de dominio amenazante sobre toda la sociedad; arrancando así la guía y el control de la lucha de clases al cerebro del capital para que sean aferrados, de una vez por todas, por los puños de los obreros. Esta sucesión, esta trayectoria de la lucha, este crecimiento político de nuestra clase, parten de la obra, de Marx, pasan por la iniciativa de Lenin, encuentran momentos de salto en su desarrollo en experiencias prácticas decisivas directamente obreras y no se detienen aquí, van más allá de todo esto y también nosotros, con esta actitud respecto a este proceso, debemos saber cómo ir más allá: mitad previsión del futuro, mitad control sobre el presente, en parte anticipando, en parte siguiendo. Anticipar quiere decir pensar, ver diversas cosas en una, verlas en desarrollo, observar todo, con ojos teóricos, desde el punto de vista de la propia clase. Seguir quiere decir actuar, moverse en la realidad de las relaciones sociales, medir el estado material de las fuerzas presentes, captar el momento, aquí y ahora, para hacerse con la iniciativa de la lucha. En este sentido, son ciertamente necesarias grandes anticipaciones estratégicas del desarrollo capitalista, pero necesarias como conceptos-límite dentro de los que fijar las tendencias del movimiento objetivo. Nunca intercambiarlas con la situación real, y jamás tomarlas como un destino del mundo del que no se puede huir y al que hay que obedecer. El sentido de la lucha y de la organización, en ciertos momentos, radica exactamente en prever el camino objetivo del capital y sus necesidades dentro de ese camino; radica en negarle el cumplimiento de estas necesidades, lo cual bloquea su desarrollo, y precisamente por esto, le hace entrar en crisis, en ocasiones mucho antes de que haya alcanzado las condiciones que nosotros mismos habíamos considerado ideales. Y así, los modos de la acción concreta, las verdaderas y propias leyes táctica, también son ciertamente indispensables como funciones que deben servir, deben hacerse que sirvan, a una perspectiva global que, en su conjunto, caiga toda ella más allá de las mismas. No aislar jamás las leyes entre sí, no intercambiarlas nunca con los objetivos a largo plazo, nunca hacerlas autónomas, como si fuesen todo el plan de la lucha, como si constituyeran la meta final. El sentido de esa vigilancia teórica a la cual la clase obrera se halla habitualmente constreñida radica precisamente en la necesidad de romper en ciertos momentos la cadena de las ocasiones históricas, que con demasiada frecuencia se presentan idénticas a sí mismas, siendo preciso entonces juzgarlas de nuevo y de nuevo elegir entre ellas tan sólo algunas como modelo, a la luz de los últimos desarrollos, de las últimas previsiones, de los nuevos descubrimientos. Cuando se recorre retrospectivamente la historia de las experiencias de lucha obrera y se mira a la cara a los hombres que, a la cabeza de las mismas, las han expresado, entonces se ve. Siempre estas dos cosas, anticipar y seguir, previsión y control, las ideas claras y la voluntad de acción, sabiduría y habilidad, perspicacia y concreción, siempre se han mostrado divididas, separadas completamente en hombres diversos. Para el punto de vista teórico de la clase obrera, esta situación es la muerte. Para su acción política es la miseria actual de la vida del movimiento obrero oficial. La situación, en este sentido, es grave. Y no bastan ciertamente las palabras de un libro para cambiarla. Un libro hoy puede contener algo de cierto con una sola condición: que todo se escriba con la conciencia de realizar una mala acción. Si para actuar es necesario escribir, el nivel de la lucha de la lucha se halla realmente retrasado. Las palabras, con independencia de cómo se elijan, parecen siempre cosas de burgueses. Pero así están las cosas. En una sociedad enemiga no existe la libre elección de los medios para combatirla. Y las armas para la revueltas proletarias siempre han sido cogidas de los arsenales de los patrones.



La investigación, en esta forma, con esta conciencia, debe pues avanzar. Y más allá de los confines ahora alcanzados, se hará más compleja, difícil, fatigosa. Hasta este momento hemos tenido entre manos la tela de los clásicos y hemos hecho en ella algunos bordados. De ahora en adelante, hay que tejer, cortar, inscribir una nueva tela en los nuevos horizontes de la lucha obrera de hoy. Después de Marx, de la clase obrera nadie ha sabido nada. Sigue siendo este continente desconocido. Se sabe, ciertamente, que existe, porque no hay quien no haya oído hablar de él y todo el mundo puede leer sobre el mismo narraciones fabulosas. Sin embargo, nadie puede decir: he visto y he comprendido. Algún sociólogo ha intentado demostrar que, en realidad, la clase obrera ya no existe: el capitalista lo ha despedido porque no conocía su oficio. Cómo está hecha, desde dentro, la clase obrera, cómo funciona en el interior del capital, cómo trabaja, cómo lucha, en qué sentido acepta al sistema, de qué forma estratégicamente lo rechaza: estos son los hechos y otras tantas las preguntas. En estos próximos años, nosotros debemos saber teoría más historia, historia más teoría. Como el Galileo de Brecht, intentamos avanzar palmo a palmo. “no afirmamos de modo inmediato que se trata de manchas solares; primero intentamos demostrar que son peces fritos”. Con “mirada ardua y fecunda”, desarrollando en nosotros “el ojo extraño”, observamos la lámpara oscilante de la lucha de clases moderna: cuanto mayor sea la maravilla con la que nos sorprendamos observando las oscilaciones, más próximos estaremos de descubrir las leyes de la misma. En el curso de la investigación hasta aquí realizada, esta enseñanza metodológica ha sido tenida muy presente. Nos ha llevado a descubrir algunas cosas que no se veían a simple vista. Y respecto a lo que se puede descubrir por esta vía, todo esto es nada y sirve únicamente para introducir el discurso. También aquí podemos equivocarnos. No obstante, resulta difícil sustraerse a la impresión de que la vía de una investigación marxista de tipo nuevo se halla hoy abierta ante nosotros y que la larga noche, el largo sueño dogmático del pensamiento obrero, se halla a punto de acabar. El mar de los descubrimientos posibles se ha vuelto de nuevo tan tempestuoso, que es necesaria una gran dosis de autocontrol para navegarlo sin prescindir del uso de los viejos instrumentos de análisis. Durante un largo período, con rigor, sin concesiones, debemos detenernos cuidadosamente en el objeto que tenemos que observar: la sociedad actual, la sociedad del capital, sus dos clases, la lucha entre estas clases, la historia de éstas, las previsiones sobre su desarrollo. A quien pregunte cómo será lo que vendrá después hay que responderle: todavía no lo sabemos. A este problema debemos llegar. De este problema no se debe partir. Nosotros todavía no hemos llegado. Y este es uno de los motivos por los que en todo este discurso el futuro parece que no existe. De todo lo que existe hoy, en realidad, nada es para nosotros el futuro. Anteponer el modelo de una sociedad futura al análisis a la sociedad actual constituye un vicio ideológico burgués que únicamente la plebes oprimidas y los intelectuales de vanguardias podían con todo razón heredar: es colocar la fanfarria por delante del cortejo, o un premio a la vileza con la promesa de que más allá se halla el mundo de los justos. Ningún obrero que lucha contra el patrón os pregunta: ¿y después? La lucha contra el patrono es todo. La organización de esta lucha es todo. Todo esto, sin embargo, es ya un mundo. De acuerdo. Es el viejo mundo que hay que abatir. Pero, ¿quién os dice que para abatirlo no sea suficiente simple voluntad de derribar al poder, organizada en clase dominante? Por un lado, la clase obrera, por otro, la sociedad capitalista: este es el esquema moderno de la lucha de clases. No es cierto que de este modo se desplace la relación de fuerzas a favor del capital. Es cierto lo contrario. La clase obrera adquiere y reconoce únicamente de este modo su propia fuerza como único elemento vivo, activo, productivo de la sociedad, como bisagra de las relaciones sociales: articulación fundamental del desarrollo económico y, por consiguiente, posibilidad potencial de ejercer el dominio político ya sobre el presente. El proceso revolucionario mediante el cual este dominio se hará real también es susceptible de conocer etapas forzadas de desarrollo, con el salto de algunos fases. En el momento álgido del desarrollo, sin embargo, arrancando el poder a los capitalistas, lo que no se podrá de ningún modo evitar será un duro período de dictadura política de los obreros sobre toda la sociedad: esto no, no se podrá saltar. Y este es el máximo de futuro que logramos ver, lo máximo que queremos ver. Como objetivo de lucha, nos basta. Como organización de la lucha, nos sirve. Más no puede decirse. Las profecías sobre el nuevo mundo, sobre el hombre nuevo, sobre la nueva comunidad humana, nos parecen hoy cosas sucias, como la apología de un pasado vergonzoso.



No, el problema de hoy no radica en qué sustituirá al viejo mundo. El problema actual es todavía cómo abatirlo. Todavía resulta esencial, por lo tanto, saber en qué consiste, hacia dónde camina y por qué, con qué fuerzas en su interior y con cuántas luchas. El desarrollo del discurso por esta vía no es lo que nos preocupa. Se puede llegar a anticipar mucho de este futuro concreto y es preciso hacerlo. Aquí radica, precisamente, la recuperación de la importancia de la teoría. Pero en este punto se plantea una verdadera pregunta que requiere una verdadera respuesta. Y una verdadera respuesta no es en absoluto fácil de dar. El compañero joven que quiere con justeza la lucha rápida contra el enemigo vivo exige una cosa precisa: ¡cuál es entretanto el margen de actividad práctica?, ¿cuáles, aquí y ahora, la acción de seguir, controlándolo, el presente? Y ¿cómo se vincula, cómo se concilia esta presencia activa sobre las cosas de hoy con los viajes de descubrimiento teórico en los nuevos continentes? Nunca se considerará bastante el lado positivo de esta década de 1960 en Italia. Un afortunado cúmulo de condiciones, directamente capitalistas y directamente obreras, ha abierto un proceso de crecimiento de fuerzas revolucionarias nuevas, que viven precisamente ahora un momento fundamental de desarrollo y de mutación. Han sido años de experiencias. Y las experiencias –precisamente cuando son de tipo nuevo, cuando rompen con la tradición y con la oficialidad vigente- hay quien las tiene y quien no las tiene. No es esta la línea de demarcación que es preciso trazar. Quien no ha hecho experimentos nuevos, ha vuelto a hacer críticamente los viejos: así es como cada uno, cuando es joven, avanza. Existe aquí una sabiduría difícil de practicar, porque se posee de modo pleno únicamente cuando ha pasado la ocasión, existiendo anteriormente tan sólo en germen: llevar a cabo un trabajo político objetivo con la conciencia, aunque sea oscura, de realizar únicamente una experiencia para sí, en función de ese cuerpo de hipótesis que vive en la cabeza, y para saber cómo controlarlas, cómo desarrollarlas. Tras un experimento realizado de ese modo, siempre parece que no existe nada. En realidad, permanece la premisa fundamental para hacer todo: la madurez de un discurso de prospectiva y de las fuerzas subjetivas que pueden comenzar a hacer que funcione. El punto de inflexión en la práctica debe contener todos estos términos del problema. El nivel alcanzado por el discurso, la madurez de las fuerzas que pueden ser portadoras del mismo, la situación de clase milagrosamente favorables en Italia, imponen que en este momento no se intenten más experiencias prácticas que sirvan para el descubrimiento teórico, imponen un trabajo político objetivo, creativo, que mire con la fuerza y la capacidad de resultados concretos, a transiciones materiales. Debemos saberlo por anticipado: este trabajo político estará todo él más acá de nuestro horizonte teórico. Y debe estar más acá, siempre, cada vez que se trate todavía de abrir un proceso revolucionario, preparando las condiciones, acumulando fuerzas, organizando el partido. Sí, organizando el partido. Hay momentos en los que todos los problemas pueden reducirse y deben reducirse a este único problema. Son momentos muy avanzados de la lucha de clases. Y no hace falta siempre ir a buscarlos allí donde el capital se halla más maduro o donde el capitalismo es más débil. También aquí, con el coraje del descubrimiento, al margen de los mismos esquemas teóricos que incluso una va cultivando en su propio jardín, es preciso saber encontrar el lugar, el punto en el que una cadena de circunstancia ha hecho, si, que haya un solo nudo que desatar para que camine de nuevo el hilo del movimiento revolucionario: el nudo del partido, la conquista de la organización. Nunca se repetirá lo suficiente que prever el desarrollo del capital no significa someterse a sus leyes de hierro: significa obligarlo a tomar un camino, esperarlo en un punto con armas más potentes que el hierro, allí asaltarlo y allí destrozarlo. Son demasiados los que creen hoy que la historia pasada del movimiento obrero en los países más avanzados constituya para nosotros un destino fatal al cual no lograremos escapar. ¿Pero conocer lo que está por llegar no sirve precisamente para impedir que acontezca, para encontrar los modos, las formas, las fuerzas para que no acontezca? ¿Y para que otra cosa puede servir? ¿Para darnos el horóscopo de mañana? La historia de la socialdemocracia moderna, del reformismo obrero moderno, está todavía por hacer y mucho habrá que trabajar sobre esta materia. Sus procesos de fondo, sin embargo, se hallan políticamente bastante claros. Que la victoria de la socialdemocracia constituye una derrota de la clase obrera, nadie lo puede negar. Que esta derrota no haya que imputarla a los obreros mismos es igualmente cierto: no obstante, encontraréis pocos dispuestos a admitirlo. Y se comprende por qué. Si no ha habido grandes errores directamente obreros, estos grandes errores recaen todos, por consiguiente, sobre la cabeza de sus jefes. Si no ha sido la clase, en su espontaneidad obligada, la que ha equivocado el blanco de la lucha contra la socialdemocracia, este blanco no lo han acertado aquellos que debían comportarse como organizadores de esta lucha y entre éstos, a nuestro juicio, también los auténticos dirigentes obreros y probados revolucionarios. Es necesaria hoy, en esta clave, una crítica profunda e implacable de todas las posiciones de la izquierda histórica del movimiento obrero internacional, a la cual se imputa la acusación de no haber obstaculizado, sino por el contrario favorecido, la marcha de la socialdemocracia. La propia primera respuesta bolchevique debe de ser objeto de esta crítica. No es ciertamente una casualidad que, cuando el movimiento comunista ha vencido en algunos puntos, las posiciones de izquierda hayan cometido frente a esas realidades los mismos errores de siempre. Las posiciones de derecha han sido simplemente invertidas, sin procederse a su destrucción. A quien de la táctica cotidiana hacía una estrategia a largo plazo, se respondía haciendo de la estrategia a largo plazo una táctica cotidiana. A un falso realismo de la práctica se contraponían inconsistentes teorías abstractas. Para negar el movimiento del pueblo, se optaba por el aislamiento de grupo. Los partidos históricos han tenido una vida fácil porque a su izquierda siempre ha habido y hay todavía charlatanes a lo Zaratustra, que van prometiendo por ahí aniquilar el mundo, pero cuando les preguntais cómo se quita el polvo de los viejos libros sagrados, no os lo saben decir. Los obreros entre tanto han aprendido que cuando a la brutalidad del compromiso con el adversario se responde con el cartismo de la fuerza moral, en uno y otro caso no se trata ciertamente de ellos, de su interés de parte, de su guerra de clases. Esos mismos obreros se habían hecho con la dirección de la insurrección cuando se había tratado de derrotar sobre el terreno de la perspectiva reformista, que parecía entonces invencible precisamente porque había vencido en otros países mucho más avanzados. Es cierto que en ese caso, junto a ellos, al frente de la insurrección, estaba Lenin. Y Lenin, único entre los jefes de la revolución en Europa, había tenido siempre fe en un principio elemental de la praxis subversiva, en lo que constituía para él un imperativo de la práctica: no dejar nunca el partido en las manos de quien lo tiene. Había comprendido, trabajando y estudiando, que también para la Rusia de esos momentos el nudo que había que había que desatar era el partido. Dentro y fuera del mismo, en mayoría o en minoría, sin excluir ningún medio que sirviese a ese fin, la lucha de partido, la lucha abierta por la dirección de la organización, constituye el hilo rojo que atraviesa la vida y la obra de Lenin y las lleva ambas al ajuste de cuentas de 1917. Entonces, por uno de esos milagros que son tales tan sólo para quien no conoce las leyes de la acción, he aquí que en el momento justo el partido se encuentra en las manos justas. “El 6 de noviembre es pronto, el 8 de noviembre es tarde”: esta consigna que seguirá constituyendo durante mucho tiempo el modelo de toda opción revolucionaria, se hacía posible en ese momento, con aquellas fuerzas, para aquellos objetivos. Nosotros pensamos que este modelo de la iniciativa leninista es una lección que todavía tenemos que aprender. Será necesario frecuentar cada día esta escuela y ahí crecer, ahí preparase, hasta que no lleguemos a leer directamente las cosas sin la sucia mediación de los libros, hasta que no seamos capaces de desplazar con la violencia los hechos sin las bellaquerías del intelectual contemplador. Aprenderemos así que la táctica no se escribe de una vez por todas sobre las tablas de la ley: es invención cotidiana, es adherencia a las cosas reales y, al mismo tiempo, libertad de las -ideas guía-, una especie de imaginación productiva que únicamente logra que el pensamiento funcione en medio de los hechos, es el verdadero pasar a hacer, pero tan sólo para quien sabe qué hacer.



Si se sabe leer, se encuentran en este libro modificaciones sucesivas en la consideración de este problema. Es justo que permanezcan así, porque así, en el tiempo, han sido adquiridas. Entre trabajo político y descubrimientos teóricos no existe un equilibrio estático; existe una relación de movimiento que hace servir el uno a los otros según las necesidades del momento. No parecen existir dudas sobre la necesidad, hoy, de descargar cada descubrimiento en la urgencia de una recuperación correcta de la actividad práctica. Que los próximos años en Italia serán decisivos, todos lo sienten. Que lo serán no únicamente para Italia, sino para el capital internacional, pocos lo han comprendido. Considerar la situación de clase italiana como “normal”, o como fatalmente abocada a la normalidad de los países que nos han precedido en la historia moderna, constituye el típico error derivado de la pura estrategia y manifestación en sí misma preocupante de insensibilidad política. Existe aquí, en realidad, un ejemplo vivo de cómo desde posiciones de izquierda puede invertirse la línea oficial del movimiento obrero sin tocar los verdaderos contenidos de la misma, que para nosotros se hallan siempre dados por la relación que se establece en concreto con el nivel de desarrollo político de la clase obrera y con su grado de organización. Así, pensar hoy que todo se resolverá en Estados Unidos porque Marx ha dicho que el hombre explica al mono, y no viceversa, constituye una forma de ortodoxia teórica que confluye, ingenuamente, en esa barahúnda que es el moderno marxismo vulgar, en el que la única cosa que no reconoceréis jamás es la iniciativa obrera de la lucha de clases, en un determinado momento, en un determinado lugar. Y mirar a los países subdesarrollados como epicentro de la revolución, porque Lenin ha dicho que la cadena se romperá por el eslabón más débil, constituye un modo de ser concretos en la práctica que coincide con la forma quizá más alta del oportunismo contemporáneo, aquella que, por analfabetismo teórico, no sabe reconocer en los tigres de papel cuál es la cola y cuál la cabeza. El punto en el que el grado de desarrollo político de la clase obrera ha sobrepasado, por un cúmulo de razones históricas, el nivel económico de desarrollo capitalista resulta todavía el lugar más favorable para la apertura inmediata de un proceso revolucionario. Con la condición de que se trate de clase obrera y de desarrollo capitalista, de acuerdo con el significado científico de dos clases sociales en la época de una madurez ya alcanzada. La tesis de que la cadena tiene que romperse hoy, no donde el capital es más débil, sino donde la clase obrera es más fuerte nos parece esencial y, aunque sus argumentaciones todavía son insuficientes, se recomienda prestarle una particular atención. Muchas cosas pueden derivar de aquí. La “teoría del punto intermedio” es una de ellas: la posibilidad de captar desde un punto, él mismo en movimiento, lo que se halla más allá como tendencia de las cosas y lo que queda ya más atrás como herencia pasiva de las mismas. Italia ofrece hoy, no casualmente, un terreno ideal para la investigación teórica obrera, si se parte de aquí para observar, con esta concreción, el mundo del capital. Precisamente porque se halla en medio del desarrollo capitalista, dada la trayectoria internacional de éste, la situación de clase italiana, todavía favorable a los obreros, puede convertirse en un momento de unificación subjetiva de los niveles, diversos y opuestos, de la lucha. Si es cierto que es urgente y quizá preliminar a cualquier otra cosa volver a poner en pie una estrategia internacional de la revolución, debemos comprender que esto no se hará mientras continuemos jugando con este mapamundi para niños inventado por la geografía política burguesa y, para sus comodidades didácticas, dividido en Primer, Segundo y Tercer Mundo. Es hora de comenzar a distinguir los distintos grados, los diversos niveles, las determinaciones sucesivas de las contradicciones capitalistas, sin intercambiarlas cada vez por una alternativa al sistema. La sociedad capitalista se halla hecha de tal modo que siempre puede permitirse una única alternativa, aquella directamente obrera. Todo lo demás son contradicciones de las que vive el capital y sin las que no podría vivir. Prescindiría de las mismas, si supiese cómo hacerlo. Sin embargo, lo sabe a menudo Post festum y siempre cuando el momento crítico ha pasado. Esto es bueno para nosotros. Desde el punto de vista obrero, las contradicciones del capital ni se rechazan, ni se resuelven, únicamente se utilizan. Y para utilizarlas, es necesario de todas formas exasperarlas: también cuando se presentan como ideales del socialismo y avanzan con las banderas del trabajo. Reconstruir la cadena de las contradicciones, reunificarla y, con el pensamiento colectivo de la clase, poseerla de nuevo como un proceso único de desarrollo del propio adversario: ésta es la tarea de la teoría, ésta es la necesidad de un renacimiento estratégico del movimiento obrero internacional. Y al mismo tiempo partir de nuevo desde un punto, desde un nivel determinado del desarrollo, hacer caminar a la fuerza, con sus propias piernas, un proceso revolucionario en concreto: ésta es la tarea de la práctica, éste el prodigioso redescubrimiento del mundo de la táctica al que nos constriñe cada día la situación de clase en Italia. No es justo sostener que la red internacional del capital más desarrollado es hoy tan densa, incluso desde el punto de vista institucional, que no permita de modo alguno que se produzca un agujero en algún punto de la misma. Nunca sobrevolar al adversario, jamás colocarse en posición subordinada respecto al mismo, nunca ceder la iniciativa en la lucha. Precisamente porque la red se ha densificado, imponer la ruptura en un punto significa hacer que converjan en éste todas las fuerzas que quieren romperla en su conjunto. Todo vínculo suplementario entre diversas partes del capital constituye una vía de comunicación suplementaria entre las diversas partes de la clase obrera. Todo acuerdo entre capitalistas presupone y relanza, a su pesar, un proceso de unificación obrera. Y ni siquiera hacen falta tantos razonamientos. Un mínimo de intuición práctica, de aquella que se siente por instinto de clase, nos coloca hoy ante los ojos la fuerza de choque, la función de presión subversiva y, al mismo tiempo, el modelo de vía revolucionaria, que representaría tanto para los países avanzados como para los de capitalismo atrasado una alta y nueva experiencia de organización política de la clase obrera italiana. Tampoco aquí nos debéis preguntar rápidamente: ¿cómo será el partido?



Hay quienes comienzan ya a considerar esta palabra demasiado corrupta para que pueda continuar siendo usada. Y quizá tienen razón. Nosotros, sin embargo, no hemos llegado todavía a esa conclusión y, por ahora, no queremos llegar. En el cielo de los descubrimientos teóricos es justo volar sobre las alas de una inteligente fantasía. En el terreno de la práctica, sin embargo, y respecto al problema más difícil de todos, el de la organización, es preciso proceder paso a paso, con humildad y cautela, hablando en prosa la lengua de todos los días, reflexionando si saltar de una a la otra, pero sin perder nada de potencial positivo de experiencias reales acumuladas durante duros decenios de luchas. Puede parecer extraño y no lo es. Pero cuando hablamos del partido, es la única ocasión en que nos sentimos hombres de la vieja generación. Y puede expresarse más correctamente: es la ocasión en que observamos el resto de los problemas con la conciencia de una generación transitoria constreñida a anticipar el futuro con medios del pasado. Decimos entonces: lucha de partido para la conquista de la organización; táctica leninista dentro de una investigación estratégica de tipo nuevo; proceso revolucionario en un punto para volver a poner en movimiento el mecanismo de la revolución internacional. A la pregunta qué hacer, hay todavía, por poco tiempo, una respuesta que proponer. Trabajar todos durante años de acuerdo con una única consigna: ¡dadnos el partido en Italia y transformemos radicalmente Europa!



Por poco tiempo, sin embargo. En la sociedad capitalista la lenta e imperceptible vía de desarrollo histórico es una carrerilla llena de breves momentos políticos. Es necesario saber estar en medio de éstos y saberlos atrapar uno por uno y todos sucesivamente, sise quiere controlar el hilo que nos une y que debe ser destruido. No se trata de las viejas ocasiones históricas, a las que hay que esperar sentados en la esquina de la calle. Ni se trata tampoco de recuperar una continuidad de los acontecimientos, todos iguales entre sí, y ninguno en ruptura con el pasado. Es preciso comprender que cada momento político posee su especificidad histórica que hay que captar con toda la fuerza de la que es capaz un pensamiento concreto. Es preciso saber que precisamente esto priva de generalidad a las épocas de la historia y hace de ellas el campo de acción para una lucha determinada. Descubrir las necesidades de desarrollo del capital y trastocarlas en posibilidades subversivas de la clase obrera: éstas son las dos tareas elementales de la teoría y de la práctica, de la ciencia y de la política, de la estrategia y de la táctica: también estas dos palabras viejas, lo sabemos, pero que no podemos sustituir hasta que nos hayamos apropiado de nuevo de ellas con significados nuevos. Los últimos decenios terribles del movimiento obrero y toda la fase post-leninista, no podemos considerarlos únicamente como un nihil negativum al que referimos polémicamente en la investigación de los límites futuros de nuestra acción. Subjetivamente han quedado, a pesar de todo, algunos resultados. Y nos corresponde extraer de ellos enseñanzas que sea posible utilizar realmente en el futuro de la lucha. La separación del partido de la clase y de la clase del partido ha traído consigo otra separación, la existente entre los hombres y las perspectivas objetivas que éstos representan, entre revolucionarios de una parte y proceso revolucionario de la otra, hasta hacer de ambos dos mundos contrapuestos que hoy no se encuentran ni se comprenden. Quien ha querido luchar en las estructuras internas del partido, en realidad, no lo ha hecho porque no se había preocupado de traer consigo, metida en la cabeza, una perspectiva verdaderamente alternativa a la oficial. Quien ha querido buscar una alternativa, en realidad no la ha encontrado finalmente, porque no se había preocupado de mantener relaciones reales y posibilidades de dirección con el grueso del movimiento. Estos errores no pueden volver a repetirse. Nunca arrojarse a combatir en la práctica sin armas teóricas. Jamás ponerse a construir perspectivas lejos de las masas. Probablemente a los reformistas habrá que ir a batirlos hoy en su terreno, pero con un ejército de nuevas ideas revolucionarias, con una panoplia de conocimientos históricos sobre sus movimientos, con una percepción sagaz del resultado final de la lucha y con un control tal de sus articulaciones internas y con tal conciencia de sus contradicciones transitorias, como para dejar estupefacto al propio mundo tradicional de la política, con toda su ingenua sabiduría. Táctica y estrategia: mantenerlas objetivamente separadas, siempre, en las cosas, no confundirlas nunca, jamás identificarlas, porque una vez hechas idénticas impiden la acción; y mantenerla subjetivamente unidas, en nuestra cabeza, en nuestra persona, y, aquí, no separarlas nunca, porque aquí una vez separadas destruyen a los hombres, los agotan, hacen de ellos esta sombra gris a la que se ha reducido hoy el dirigente de partido. Lo que parece el lado trágico de la situación moderna -no poder hacer de modo inmediato lo que se piensa hacer mañana- constituye el dato normal de la lucha de clases, cuando esta se encuentra más allá de la conquista de la organización y quiere y pide que esta condición primaria se satisfaga para pasar después al ataque decisivo. Pero reconocer esto no es suficiente. Una vez reconocido, debe tomarse como un dato positivo, como un período necesario que hay que vivir hasta el fondo, que nos obliga a un gran desarrollo subjetivo, que prolonga los tiempos de la preparación de las fuerzas y que hace estas fuerzas más claras y profundas. Por consiguiente: cuanto más unilaterales, tanto más globales; cuanto más políticos realistas, tanto más teórico de alto nivel; cuanto más hombres simples, tanto más complejas mediaciones del interés obrero. Y todo esto, viceversa, en un círculo de continuo crecimiento colectivo. Ya nos han dicho que en todo cuanto proponemos no hay nada de universalmente humano. Es cierto. No hay nada, en realidad, del interés particular burgués. ¿Habéis visto alguna vez una lucha obrera con una plataforma de reivindicaciones genéricamente humanas? Nada hay más limitado y parcial, nada menos universal en el sentido burgués, que una lucha de fábrica librada por los obreros contra su patrón inmediato. Precisamente por esto lleguemos a sumar estas luchas en la sociedad, a vincularlas en una perspectiva, a unificarlas en la organización y tendremos entre manos el destino del mundo, porque habremos conquistado el arma más potente que se pueda hasta ahora imaginar, un poder de decisión sobre los movimientos del capital. A este punto, precisamente, es necesario llegar Todo lo que no sirva para ello hay que abandonarlo por el camino. Mientras tanto, merece la pena optar por llevar lo estrictamente necesario, lo esencial para caminar. Es posible que una “parada sobre el puente”, quien sabe en qué momento, llegue a ser necesaria. Quizá rápidamente. Del prólogo al cielo al cielo a las aventuras sobre la tierra: este paso todavía no se ha demostrado que sea inminente. Todo el modo de ver presentado aquí no es únicamente en sí mismo provisional. En realidad, es uno de los que todavía parecen posibles. Confrontémoslo con los restantes. Veamos si ha crecido bastante para defenderse y para atacar. Probemos a calibrar su fuerza. La clase obrera de hoy, ciertamente, no es ya el joven compañero “que quería lo que era justo y actuaba de modo equivocado”. Ha alcanzado ya esa edad madura del hombre, en la que, para no errar, en ocasiones se prefiere no actuar. Los “agitadores” están utilizando, por consiguiente, un lenguaje que tal vez no es el más adecuado a la situación actual. Y, sin embargo, la brechtiana línea de conducta sugerida por el “coro de control”, una vez establecida la necesidad de transformar el mundo, es todavía en su totalidad aquella y no hay, al respecto, nada que cambiar: “desdén y tenacidad, ciencia y rebelión, rápido impulso, consejo meditado, fría paciencia, perseverancia infinita, inteligencia de lo particular e inteligencia del todo: únicamente instruidos por la realidad podremos cambiar la realidad”.

(Septiembre de 1966)

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